Si se busca aventura, relatos legendarios, cuentos de piratas, o grandes ejemplos de emprendimiento, hay que buscar el nombre de Cancún. Incluso su toponimia tiene una historia que contar, los expertos aún se devanan los sesos tratando de apuntalar su etimología maya que bien ofrece diversos significados: «serpiente de oro», «abundancia de bajos», «olla de serpientes»…
Así, su historia está fuertemente vinculada con la trayectoria vital de los mayas. Sus primeros pobladores, los de dicha estirpe, llegaron desde el sur y establecieron toda una ruta de navegación que se extendía hasta Honduras, legándonos de tal forma la impresionante Riviera Maya. Ahora, con el descubrimiento de la península y de las ciudades mayas la Corona ordena su conquista y posterior colonización. De suerte que la llegada de los españoles, encabezada por Francisco de Montejo en el año de 1527, coincide con el declive de este legendario y asombroso pueblo.
Pero Cancún no solo es historia amerindia y colonial, o no solo es una obra maestra de la naturaleza, su historia como ciudad, sólo dedicada al turismo, también es todo un plan maestro mexicano digno de ser escuchado. En los años setenta Cancún da sus primeros pasos para convertirse en un destino de talla mundial; a finales de la década de los sesenta, una iniciativa privada, en concurso gubernamental, perseguía instaurar un modelo turístico que acompañara la ya bien merecida fama del balneario de Acapulco.
Las alternativas entonces eran bien variadas, considerando las generosas cualidades de México para el turismo; sin embargo, una de estas alternativas sobresalía de entre todas por sus inmejorables condiciones, se trataba de una lengua, o una pequeña isla con forma de siete, un tupido territorio virgen, bañado por el turquesa del Caribe; hábitat de flamencos, venados, cocodrilos y un puñado de hombres y mujeres, pescadores de raza.
El Banco de México, el Plan Nacional de Turismo, el presidente mexicano Gustavo Díaz Ordaz y los señores Enríquez Savignac y Pedro Dondé Escalante pasarían a la posteridad como los nombres de aquella formidable empresa que daría transformación a la selva virgen y de un pequeño pueblo pesquero, en uno de los centros vacacionales más codiciados del mundo.
Aunque, no sobra decir esto, no la tenían para nada complicado, siempre que Cancún poseía entonces —y posee― todo lo que se necesitaba para recrear un paraíso vacacional de clase mundial. No por nada este destino diseñado con propósitos netamente turísticos recibe más de 3 millones de visitantes por año. Casi siempre es bueno no ser parte de la cultura de masas, pero en este caso puntual ser la excepción no es cosa para uno ufanarse, ¿no es así?